Jesús, el Hijo de Dios, no vino solo para salvarnos de los pecados, vino también para llevarnos a gozar eternamente de la plenitud de su misma Gloria de Hijo del Padre. Por Cristo se siembra en nosotros la semilla de la divinidad que nos hace miembros de la Familia divina, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta semilla está destinada a llevarnos a la plenitud de una existencia divina por toda la eternidad.
Homilía del 2º Domingo des pues de Navidad.